lunes, 25 de noviembre de 2013

De Perón a Stéphanie Argerich.



"Yo tenía un poco más de 12 años, había tocado en el Teatro Colón, y Perón me había dado una cita en la residencia presidencial. Mamá preguntó si podía acompañarme y le dijeron que sí, por supuesto. Yo no era muy peronista; me acuerdo de que siempre estaba pegando por todos lados papelitos que decían «Balbín-Frondizi». Perón nos recibió y me preguntó: «¿Y adónde querés ir, ñatita?». Y yo quería ir a Viena, para estudiar con Friedrich Gulda. A él le gustó que no quisiera ir a Estados Unidos. Lo más cómico fue que mi mamá, para congraciarse, le dijo que a mí me encantaría tocar un concierto en la UES [Unión de Estudiantes Secundarios]. Y parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba, porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole «por supuesto señora, vamos a organizarlo», mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. Él la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dio cuenta de que yo no quería. Fantástico, ¿no? Y le dio un trabajo a mi papá. Lo nombró agregado económico en Viena. Y a mamá le dijo que le parecía que ella también era muy inteligente, emprendedora y capaz y le consiguió otro puesto en la embajada."

Martha Argerich en la revista Clásica n.º 133, Buenos Aires, 1999.

Ha dirigido una película honesta y conmovedora, que se pasea entre el humor y el drama en un arriesgado ejercicio de equilibrio emocional. Stéphanie Argerich es hija de la mítica pianista de origen argentino Martha Argerich y del también pianista Stephen Kovacevic. Sus padres vivieron poco tiempo juntos y Stéphanie se crio junto a su madre en un ambiente musical.

La más joven de las tres hermanas Argerich comenzó en la adolescencia a grabar escenas de la vida familiar con una cámara que su madre le trajo de Japón. La película documental Bloody Daughter ofrece pinceladas de la compleja relación de Stéphanie con sus progenitores, sobre todo con su madre, una persona alejada de la prensa, que en el film aparece en situaciones de desnudez emocional. En un principio, Stéphanie Argerich se resiste a hacer la entrevista en español, escarmentada tras una mala experiencia con la prensa argentina, que buscó en sus palabras y en la película Bloody Daughter un lado perverso de Martha Argerich. Sin embargo, pronto accede a hablar este idioma, que no aprendió de su madre, sino con las niñeras, en el colegio y en diversos viajes.

Deutsche Welle: ¿Por qué su madre no le habló en castellano?

Stéphanie Argerich: Eso forma parte del misterio de la familia. Ella se alejó de su cultura, de su país, cuando tenía 12 años y no volvió a vivir allá. Por otra parte, el idioma francés, que habla a la perfección, era una forma de acercarse a Europa, la tierra de los compositores. Ahora, en cambio, le gustaría acercarse a sus orígenes: hace unos años se puso a tocar tangos y está más en contacto con Latinoamérica, haciendo música o viajando. Dice que aquello es más divertido que Europa. (Risas)

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