20.10.2013 : ESCRIBE JUAN FRANCISCO RISSO
Yo era francamente malo con la gomera. Para comenzar, elegía mal el proyectil. Buscaba piedras chatas, más parecidas a una moneda que a una esfera. Y las piedras chatas nunca marchan rectamente al blanco: describen una elegante curva e impactan... donde ellas quieren.
Siempre pensé que esa parábola era propia del tiro con gomera, lo acepté como una regla propia de un arte que cultivé por años, pero jamás pude acertarle a un pájaro. Es más, algunos ni se dieron por aludidos de mis intenciones, y continuaron piando sobre el cable que habían elegido para posarse. Esa ofensa no la olvido.
Imaginen entonces a este pequeño cazador manejando un boomerang australiano. Mi primer boomerang me fue entregado en Claromecó. Construido en plástico, se hallaba adherido a un cartón a su vez envuelto en celofán. Una paquetería. Habré dicho "gracias, mamá", palabras que no pronuncio desde mis nueve años.
Arma en mano, me ubiqué en la -entonces- reciente Costanera, a la altura del Hotel Brisas. Dicen que en sus orígenes el hotel se hallaba elevado, y que se guardaban coches debajo. Cuando yo lo conocí, sus dueños libraban una denodada guerra contra las dunas, que lo tenían a medio engullir. Y la reciente Costanera, orgullo de un dudoso urbanismo, estaba muchos metros por encima de sus techos de chapa pintada de rojo.
Sólo trataba que el boomerang hiciera su clásico vuelo y retornara a mí. Una práctica. Supongo que nadie arrojó nunca un boomerang con menos gracia que yo, y el aparatejo ni se apercibió de mis deseos, y se comportó como si fuese una naranja o una cebolla, que -sabido es- jamás vuelven al lugar de partida. Caen donde caen, y quedan por allí.
Mis dos primeros tiros cayeron sobre la tosquilla de la Costanera, por allá adelante, sin atisbo de retorno.
Pero el tercero fue distinto. Quizá el boomerang finalmente se apercibió de lo que se esperaba de él. Quizá una ráfaga. Lo cierto es que sesgó su vuelo y aterrizó sobre las chapas del Brisas con gran estrépito.
Fue como si hubiesen pateado un hormiguero. Ahí tuve como una revelación acerca de las distintas clases sociales. Aclaro que las habitaciones no daban a un pasillo, sino a un corredor externo. Y los pensionistas que emergieron alarmados no lucían el atuendo que vestían mis familiares y amigos en vacaciones. El primero -recuerdo- apareció en musculosa, mirando para todos lados. El segundo vestía bombachas y una toalla al cuello. A ese lo sorprendí frente a la palangana. Al tercero no lo recuerdo fielmente, pero era otro criollo que había ido "a la costa".
Ninguno asoció -ahora supongo- el estrépito a ese niñito parado en la Costanera. Esperarían ver un aerolito, o un Piper PA 11 despanzurrado sobre el techo. Pero sufrí un ataque de pánico, de culpa, y piqué para mi casa, uno de los "chalets de abajo", que mis padres alquilaban. Y en la oscuridad de mi habitación esperé el castigo divino. El boomerang estuvo toda la temporada sobre el techo del Brisas, recordándome mi pecado. Yo no hice comentarios.
Pero mi impericia en estas cosas no demuestra nada. En verdad, el boomerang siempre vuelve al lugar de partida.
Por aquellos tiempos -años más, años menos- el hogar de los Hortel se vio alegrado por el advenimiento de un varoncito, a quien impusieron el nombre de Víctor.
Eduardo Hortel, padre de la criatura, era juez. De hecho llegó a serlo del Tribunal de Casación. El niño se crió -es obvio- en un ambiente de delitos, de pruebas y de penas. Supongo que mamó la buena praxis del Derecho Penal; tómenlo como una simple convicción mía.
En verdad, ignoro su vida anterior, salvo que -como yo- gustaba de los cómics. Por una cuestión generacional yo era hincha de Nippur de Lagash y él del Hombre Araña. Recién encuentro su nombre con relación al Servicio Penitenciario Federal. Su apellido necesariamente me habría de sonar, pues todos los abogados conocemos el código comentado de Eduardo Hortel, su padre. Un clásico. Lamentablemente su autor falleció, y la obra queda sin actualizaciones.
Bien, y la política lleva a Hortel El Joven al Servicio Penitenciario, donde implementa innovaciones a mi juicio valiosas y necesarias. A ver: desmilitarizó el Servicio Penitenciario, prohibiendo la exhibición de armas en los desfiles. Cayó mal. Permitió que organismos de DD HH ingresaran a los penales. Cayó mal. Nombró a mujeres en puestos importantes. Cayó mal. Posibilitó que los presos se agremien, punto que no tengo en claro. Se afiliaron a la CTA de Yasky. Quinto: cuando un penitenciario era acusado por violaciones a DD HH, el Servicio le ponía abogado. Hortel se lo sacó, dejando que el acusado contratara su propio defensor. Era obvio, pues ante una sospecha, el Servicio debe investigar la violación, y no correr a defender al acusado. Calculo que cayó mal. Sexto: los programas de capacitación empezaron a incluir la asignatura DD HH, de modo que, para ascender, el funcionario debía tener aprobado el curso. Lo daba un abogado especialista -magíster- en el tema, destacado aquí y con alguna actuación en el exterior. Cayó mal, cayó regular y cayó bien. A ver: los recalcitrantes de siempre se ofuscaron. Otros se mostraron indiferentes, y cursaron sin mayor interés. Y otros se mostraron interesados, formularon preguntas, etcétera. Séptimo: generó políticas de resocialización, incluyendo bandas de música donde, entre otros, tocaba el baterista de Callejeros. Ya lo recordarán. Eso, sumado a su disfraz de Hombre Araña en una murga hizo las delicias de la prensa opositora.
Estos siete puntos son objetivos y comprobables. Algunos creen ver un octavo punto, a mi juicio incomprobable. En efecto, algunos afirman que Hortel cerró los "kioskos" que -dicen- explotaban los penitenciarios. Sostienen que para cada cosa que desee hacer, aún las permitidas, el preso debe pagar. Léase estudiar, léase trabajar, comer mejor, tener sexo y otras que ahora no imagino.
No veo cómo podrían comprobarse estas aseveraciones, máxime considerando que cuando las autoridades ingresan a un penal raramente ven cosas incorrectas.
Salvo -ahora recuerdo- casos donde esas autoridades llegan sin previo aviso e insisten en ingresar en forma inmediata. En esos casos -sí- han hallado cosas monstruosas. Ahora recuerdo cuando el fiscal Cañón encontró a un preso moribundo, tirado y sin atención ninguna. Fue evacuado en forma inmediata y llevado al hospital, pero Cañón había llegado un poco tarde y el hombre -moribundo- hizo el resto. Y murió.
Muchos verán en esto una consecuencia de que funcionarios judiciales no avisen con tiempo de su visita. De otro modo, Cañón habría tenido una agradable visita y no un hecho dramático. Digamos también que Cañón insistió en no naturalizar algo que para las autoridades del penal era -evidentemente- natural. No es el único caso que recuerdo, todos publicados en los diarios. Jueces que cayeron como peludo de regalo, que no aceptaron apoltronarse media hora en la alcaidía y que exigieron la apertura inmediata de las distintas rejas que debían atravesar para inspeccionar el penal. La lista de irregularidades que daba el diario erizaba la piel.
Kioskos o no kioskos, Hortel gustaba a los presos pero no al resto. O a buena parte de ellos. Un episodio fortuito solucionó la enojosa situación: una noche se evadieron trece peligrosos presos del penal de Ezeiza. Nadie los vio salir, pero se descubrió algo así como un túnel, y algunas bolsas de tierra en una celda.
Sumaron uno más uno, y allí estaba Hortel presentando la renuncia. Al parecer, sus subordinados no lograron controlar la aparición y desaparición de tierra proveniente del túnel, como para llenar un volquete. Los defensores de Hortel señalan eso, y agregan que El Hombre de Goma del circo Sarrasani no habría podido avanzar un metro por el remedo de túnel cavado bajo el penal. Una cama, digamos.
Tras el hecho sintonicé Continental, donde un señor se despachaba a gusto hablando pestes de Hortel. Y finalizó con esto: "...pero si hubiese sabido que iban a nombrar a Marambio, preferiría que quedara Hortel". Lamentablemente, Magdalena no dijo a quien habíamos escuchado. Quiero creer que requiere a personas conocedoras del tema.
El buen Marambio resulta ser -me dicen- lo contrario de Hortel. Ya avisó a los organismos de DD HH que vayan donde quieran pero no a los penales. Ya avisó al especialista que dictaba el curso "que van a adoptar otro plan de estudios", y todo está como era entonces.
Pero esto es lo anecdótico. Lo cierto es que aquí no se resocializa a nadie. Y el preso regresa, como el boomerang. Pero con mayor malignidad, como esos microorganismos que ya han conocido el antibiótico y no responden a ningún remedio. Lo creamos o no, en algún momento pagaremos el costo.
Yo vivo la ilusión de tener rejas en todas las ventanas y dormir con algún otro recaudo bien a mano. Pero en algún momento saldré a sacar la bolsa de basura, y la realidad aparecerá con forma de maleante. Si ya pasó por una cárcel argentina, tanto peor. Porque entre los Marambio y los compañeros de pabellón, finalmente habrán logrado al sujeto verdaderamente malo y peligroso, que -digámoslo- ya no tiene por qué apiadarse de este otro sujeto bien comido, que sale a depositar la basura como un padre de familia satisfecho. Tampoco yo me apiadé de él. Y tarde comprenderemos que a ese boomerang que regresa lo lanzamos nosotros, los que miramos siempre para otro lado.
Siempre pensé que esa parábola era propia del tiro con gomera, lo acepté como una regla propia de un arte que cultivé por años, pero jamás pude acertarle a un pájaro. Es más, algunos ni se dieron por aludidos de mis intenciones, y continuaron piando sobre el cable que habían elegido para posarse. Esa ofensa no la olvido.
Imaginen entonces a este pequeño cazador manejando un boomerang australiano. Mi primer boomerang me fue entregado en Claromecó. Construido en plástico, se hallaba adherido a un cartón a su vez envuelto en celofán. Una paquetería. Habré dicho "gracias, mamá", palabras que no pronuncio desde mis nueve años.
Arma en mano, me ubiqué en la -entonces- reciente Costanera, a la altura del Hotel Brisas. Dicen que en sus orígenes el hotel se hallaba elevado, y que se guardaban coches debajo. Cuando yo lo conocí, sus dueños libraban una denodada guerra contra las dunas, que lo tenían a medio engullir. Y la reciente Costanera, orgullo de un dudoso urbanismo, estaba muchos metros por encima de sus techos de chapa pintada de rojo.
Sólo trataba que el boomerang hiciera su clásico vuelo y retornara a mí. Una práctica. Supongo que nadie arrojó nunca un boomerang con menos gracia que yo, y el aparatejo ni se apercibió de mis deseos, y se comportó como si fuese una naranja o una cebolla, que -sabido es- jamás vuelven al lugar de partida. Caen donde caen, y quedan por allí.
Mis dos primeros tiros cayeron sobre la tosquilla de la Costanera, por allá adelante, sin atisbo de retorno.
Pero el tercero fue distinto. Quizá el boomerang finalmente se apercibió de lo que se esperaba de él. Quizá una ráfaga. Lo cierto es que sesgó su vuelo y aterrizó sobre las chapas del Brisas con gran estrépito.
Fue como si hubiesen pateado un hormiguero. Ahí tuve como una revelación acerca de las distintas clases sociales. Aclaro que las habitaciones no daban a un pasillo, sino a un corredor externo. Y los pensionistas que emergieron alarmados no lucían el atuendo que vestían mis familiares y amigos en vacaciones. El primero -recuerdo- apareció en musculosa, mirando para todos lados. El segundo vestía bombachas y una toalla al cuello. A ese lo sorprendí frente a la palangana. Al tercero no lo recuerdo fielmente, pero era otro criollo que había ido "a la costa".
Ninguno asoció -ahora supongo- el estrépito a ese niñito parado en la Costanera. Esperarían ver un aerolito, o un Piper PA 11 despanzurrado sobre el techo. Pero sufrí un ataque de pánico, de culpa, y piqué para mi casa, uno de los "chalets de abajo", que mis padres alquilaban. Y en la oscuridad de mi habitación esperé el castigo divino. El boomerang estuvo toda la temporada sobre el techo del Brisas, recordándome mi pecado. Yo no hice comentarios.
Pero mi impericia en estas cosas no demuestra nada. En verdad, el boomerang siempre vuelve al lugar de partida.
Por aquellos tiempos -años más, años menos- el hogar de los Hortel se vio alegrado por el advenimiento de un varoncito, a quien impusieron el nombre de Víctor.
Eduardo Hortel, padre de la criatura, era juez. De hecho llegó a serlo del Tribunal de Casación. El niño se crió -es obvio- en un ambiente de delitos, de pruebas y de penas. Supongo que mamó la buena praxis del Derecho Penal; tómenlo como una simple convicción mía.
En verdad, ignoro su vida anterior, salvo que -como yo- gustaba de los cómics. Por una cuestión generacional yo era hincha de Nippur de Lagash y él del Hombre Araña. Recién encuentro su nombre con relación al Servicio Penitenciario Federal. Su apellido necesariamente me habría de sonar, pues todos los abogados conocemos el código comentado de Eduardo Hortel, su padre. Un clásico. Lamentablemente su autor falleció, y la obra queda sin actualizaciones.
Bien, y la política lleva a Hortel El Joven al Servicio Penitenciario, donde implementa innovaciones a mi juicio valiosas y necesarias. A ver: desmilitarizó el Servicio Penitenciario, prohibiendo la exhibición de armas en los desfiles. Cayó mal. Permitió que organismos de DD HH ingresaran a los penales. Cayó mal. Nombró a mujeres en puestos importantes. Cayó mal. Posibilitó que los presos se agremien, punto que no tengo en claro. Se afiliaron a la CTA de Yasky. Quinto: cuando un penitenciario era acusado por violaciones a DD HH, el Servicio le ponía abogado. Hortel se lo sacó, dejando que el acusado contratara su propio defensor. Era obvio, pues ante una sospecha, el Servicio debe investigar la violación, y no correr a defender al acusado. Calculo que cayó mal. Sexto: los programas de capacitación empezaron a incluir la asignatura DD HH, de modo que, para ascender, el funcionario debía tener aprobado el curso. Lo daba un abogado especialista -magíster- en el tema, destacado aquí y con alguna actuación en el exterior. Cayó mal, cayó regular y cayó bien. A ver: los recalcitrantes de siempre se ofuscaron. Otros se mostraron indiferentes, y cursaron sin mayor interés. Y otros se mostraron interesados, formularon preguntas, etcétera. Séptimo: generó políticas de resocialización, incluyendo bandas de música donde, entre otros, tocaba el baterista de Callejeros. Ya lo recordarán. Eso, sumado a su disfraz de Hombre Araña en una murga hizo las delicias de la prensa opositora.
Estos siete puntos son objetivos y comprobables. Algunos creen ver un octavo punto, a mi juicio incomprobable. En efecto, algunos afirman que Hortel cerró los "kioskos" que -dicen- explotaban los penitenciarios. Sostienen que para cada cosa que desee hacer, aún las permitidas, el preso debe pagar. Léase estudiar, léase trabajar, comer mejor, tener sexo y otras que ahora no imagino.
No veo cómo podrían comprobarse estas aseveraciones, máxime considerando que cuando las autoridades ingresan a un penal raramente ven cosas incorrectas.
Salvo -ahora recuerdo- casos donde esas autoridades llegan sin previo aviso e insisten en ingresar en forma inmediata. En esos casos -sí- han hallado cosas monstruosas. Ahora recuerdo cuando el fiscal Cañón encontró a un preso moribundo, tirado y sin atención ninguna. Fue evacuado en forma inmediata y llevado al hospital, pero Cañón había llegado un poco tarde y el hombre -moribundo- hizo el resto. Y murió.
Muchos verán en esto una consecuencia de que funcionarios judiciales no avisen con tiempo de su visita. De otro modo, Cañón habría tenido una agradable visita y no un hecho dramático. Digamos también que Cañón insistió en no naturalizar algo que para las autoridades del penal era -evidentemente- natural. No es el único caso que recuerdo, todos publicados en los diarios. Jueces que cayeron como peludo de regalo, que no aceptaron apoltronarse media hora en la alcaidía y que exigieron la apertura inmediata de las distintas rejas que debían atravesar para inspeccionar el penal. La lista de irregularidades que daba el diario erizaba la piel.
Kioskos o no kioskos, Hortel gustaba a los presos pero no al resto. O a buena parte de ellos. Un episodio fortuito solucionó la enojosa situación: una noche se evadieron trece peligrosos presos del penal de Ezeiza. Nadie los vio salir, pero se descubrió algo así como un túnel, y algunas bolsas de tierra en una celda.
Sumaron uno más uno, y allí estaba Hortel presentando la renuncia. Al parecer, sus subordinados no lograron controlar la aparición y desaparición de tierra proveniente del túnel, como para llenar un volquete. Los defensores de Hortel señalan eso, y agregan que El Hombre de Goma del circo Sarrasani no habría podido avanzar un metro por el remedo de túnel cavado bajo el penal. Una cama, digamos.
Tras el hecho sintonicé Continental, donde un señor se despachaba a gusto hablando pestes de Hortel. Y finalizó con esto: "...pero si hubiese sabido que iban a nombrar a Marambio, preferiría que quedara Hortel". Lamentablemente, Magdalena no dijo a quien habíamos escuchado. Quiero creer que requiere a personas conocedoras del tema.
El buen Marambio resulta ser -me dicen- lo contrario de Hortel. Ya avisó a los organismos de DD HH que vayan donde quieran pero no a los penales. Ya avisó al especialista que dictaba el curso "que van a adoptar otro plan de estudios", y todo está como era entonces.
Pero esto es lo anecdótico. Lo cierto es que aquí no se resocializa a nadie. Y el preso regresa, como el boomerang. Pero con mayor malignidad, como esos microorganismos que ya han conocido el antibiótico y no responden a ningún remedio. Lo creamos o no, en algún momento pagaremos el costo.
Yo vivo la ilusión de tener rejas en todas las ventanas y dormir con algún otro recaudo bien a mano. Pero en algún momento saldré a sacar la bolsa de basura, y la realidad aparecerá con forma de maleante. Si ya pasó por una cárcel argentina, tanto peor. Porque entre los Marambio y los compañeros de pabellón, finalmente habrán logrado al sujeto verdaderamente malo y peligroso, que -digámoslo- ya no tiene por qué apiadarse de este otro sujeto bien comido, que sale a depositar la basura como un padre de familia satisfecho. Tampoco yo me apiadé de él. Y tarde comprenderemos que a ese boomerang que regresa lo lanzamos nosotros, los que miramos siempre para otro lado.
Publicado en la edición de hoy el diario "La Voz del Pueblo" de Tres Arroyos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario