miércoles, 6 de marzo de 2013

Entre Stalin y Olmedo


Me meto con una nimiedad que sin embargo, esconde cuestiones bastante profundas sobre cómo los dispositivos mediáticos crean la historia de los líderes que no responden a sus intereses: La fecha de la muerte del Comandante.

Sin querer, por ignorancia, la prensa progresista, lejos de bancar la figura de Stalin, la despega de la de Chávez, a ver si son lo mismo. Cuánto boludismo que hay en buena parte de la prensa del palo. Lo único que hacen es fundamentar la demonización como herramienta de deslegitimación de los movimientos populares, de la cuál fue víctima Hugo Chávez y la revolución bolivariana. Así, dejo dos recortes de artículos sobre Stalin:

Alejandro Tomasini Bassols, UNAM:
Como prácticamente todo mundo, yo también padecí lo que podríamos llamar la ‘versión hollywoodense’ (si es de divulgación) o churchilliana (si es política) de Stalin, es decir, la visión distorsionada y superficial de un villano todopoderoso, semi-ignorante, sediento de sangre y culpable de toda clase de crímenes en contra no sólo de su pueblo, sino de la humanidad. Lo grave de caricaturas como esa no es la “crítica moral” subyacente (que ciertamente no son los gobiernos norteamericano o británico los más autorizados para emitir), sino la descarada deformación de la historia que implica. En este punto, es menester percatarse del sutil y ambiguo rol que juegan en las reconstrucciones históricas y para nuestra comprensión del pasado el espacio y el tiempo. Nosotros, para bien o para mal, pertenecemos a la zona de influencia de la cultura anglosajona, a cuyos intelectuales les correspondió, después del triunfo, escribir la primera versión de la Segunda Guerra Mundial, de los hechos que a ella condujeron y de sus implicaciones. Difícilmente habríamos podido sustraernos a la influencia de las interpretaciones y los puntos de vista de los vencedores. Por otra parte, es innegable que el tiempo juega un papel curioso en la gestación de nuestras tomas de posición, dependiendo de cuán cercano o alejado nos resulte un personaje o un evento particular. Así, y no sin razón, admiramos la labor colonizadora de algunos de los grandes conquistadores del pasado. No hay más que poner los pies en el Medio Oriente para sentir la grandeza de Alejandro, echarle un vistazo a La Guerra de las Galias para entender qué clase de hombre superior era César o hacer un recorrido por Europa Central para captar el genio del general Bonaparte. Todo ello y más es factible en parte al menos porque discurrimos sobre seres extraviados ya para nosotros en el flujo de la vida. En cambio, si nos topamos con un personaje de características semejantes y de esas mismas magnitudes sólo que, por así decirlo, palpable o tangible, la actitud histórica de veneración hacia los héroes del pasado automáticamente se transmuta en su opuesto. Es, en efecto, altamente probable que hasta el más fanático de los admiradores de Alejandro o de César, de haber sido testigo de la destrucción de Persépolis o de haber presenciado alguno de los feroces asaltos de las legiones romanas, en lugar de admiración lo que sentiría sería repulsión y rechazo. Hay, pues, un elemento de contingencia temporal del cual es preciso desprenderse si queremos tratar de llegar a lo que sería la apreciación más objetiva posible en historia. Es ese enfoque atemporal e “ingeográfico” que quisiera adoptar aquí para hablar de Stalin.
Sigue acá.

Jean Bricmont, sobre libro de Losurdo (dos oxidentales -entre occidente y el óxido):
“Pero nosotros no somos estalinistas”. Un poco como los católicos contemporáneos que no tienen nada más urgente que rechazar al Papa, los comunistas actuales se despegan tanto como pueden del período durante el que el comunismo, no fue una simple “hipótesis”, sino un movimiento que reunía millones de personas, con un peso real en la historia, y que fue el período de Stalin. El filósofo italiano Domenico Losurdo no comparte esta forma de fuga de la historia o de autofagia de los comunistas, como lo llama, y es seguramente por eso que consagró un libro al hombre que fue a la vez uno de los más adulados y uno de los más odiados del siglo XX y que personificó más que cualquier otro carácter prometeico [1] de su tiempo.
Reflexiones sobre Stalin, a partir del libro de Domenico Losurdo, Stalin, historia y crítica de una leyenda negra; traducido del italiano por Marie-Ange Patrizio, con un epílogo de Luciano Canfora; Aden, Bruselas, 2011.
Aunque el autor desmonta la “leyenda negra” forjada entre otros por Arendt, Conquest, Kruschev y Trotski, este libro no es una apología de Stalin (aunque se le acusará de serlo) sino que más bien es una tentativa para sacar a Stalin de la demonología occidental, donde ocupa un lugar destacado al lado de su “hermano gemelo” Hitler, y hacerle entrar en la historia, una historia ciertamente trágica, pero que no se resume en la lucha del Bien democrático contra el Mal totalitario. El autor aborda de frente varios temas sensibles, como la conducción de Stalin de la guerra patriótica (1941-1945), la hambruna en Ucrania, los campos, la industrialización forzada, también el antisemitismo, y lo interesante es que el autor se apoya para ello en fuentes no comunistas.
Losurdo pone de manifiesto que las prácticas de deportación o trabajos forzados denunciadas como “monstruosas” cuando se debían a los estalinistas, eran perfectamente aceptables para el Occidente liberal cuando éste las aplicaba a los pueblos colonizados. Este libro ofrecerá quizá un antídoto a la culpabilización en la que se encierra a muchos comunistas desde hace décadas.
Debería sobre todo permitir ver al régimen soviético como una dictadura desarrollista, para utilizar las palabras de Losurdo, cuyo objetivo principal no tenía nada que ver con el socialismo tal se entendía antes de 1917, sino que apuntaba a que Occidente fuese alcanzado por un país atrasado. Toda la obra de Stalin puede resumirse en estas frases de Isaac Deutscher (que no le tenía el menor aprecio: “encontró una Rusia que trabajaba la tierra con arados de madera y la dejó propietaria de la pila atómica… Un resultado similar no habría podido obtenerse sin una profunda revolución cultural con la que se enviase a todo un país a la escuela para darle una amplia instrucción”. (Citado por Losurdo, p.12). Deutscher habría podido añadir que todo se hizo en un clima de hostilidad internacional y sabotaje inaudito y fue acompañado por la creación de un potente ejército que venció prácticamente solo al fascismo. Por supuesto fue el resultado de una dictadura feroz, ¿cómo podríamos imaginar que se hubiese realizado de una manera diferente? ¿Y cómo habríamos podido imaginar que todo eso fue realizado por el loco sanguinario, estúpido e inculto descrito en la “leyenda negra”?
Sigue acá.

Además, pocos tenían el humor del negro Olmedo, según cuentan. Hugo Chávez era uno.

2 comentarios:

Nos Disparan desde el Campanario dijo...

Yo nací el mismo día que nació Pinochet. Sin dudas ha sido un factor fundamental en mi formación política. Aclaro. Tengo amigos

Anónimo dijo...

Chavez y Olmedo no tienen nada que ver entre sí, porque uno es un grasa, mujeriego, burdo comediante, amigo de todo lo militar y que terminó reventando como un sapo, y el otro fue Presidente de Venezuela...

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