sábado, 28 de septiembre de 2013

Los empresarios debemos hacernos cargo (Y, si Grobo lo dice...)

 El presidente del grupo agroindustrial Los Grobo, Gustavo Grobocopatel, escribe en exclusiva para 3D. 
Plantea la necesidad de un estado fuerte que garantice la libertad de los ciudadanos y dé cuenta de sus actos. Y redefine el rol empresario con una mirada de futuro: “Deberíamos ser parte activa del liderazgo público”, plantea.
 Por Gustavo Grobocopatel Productor agropecuario y presidente del Grupo Los Grobo empresarios Grobocopatel Los Grobo campo



 Acabo de votar en las PASO con satisfacción, mis hijos lo hicieron por primera vez y hay alegría y excitación en la familia. Sin duda, el sostenimiento del sistema democrático es uno de los principales activos ganados por la sociedad argentina en los últimos años. Si bien no es algo diferente a lo que ha sucedido en otros países de Latinoamérica, en Argentina constituye un logro especial debido a que en estos años pasamos varias crisis, intensas y dolorosas, que pusieron a prueba el sistema. La democracia permitió y facilitó una intensa participación de la sociedad en la política, discutiendo con libertad sobre el devenir de los procesos de cambios y transformaciones que acontecieron y acontecen. La política está presente en todos los rincones de la vida cotidiana argentina, debates positivos y necesarios en una sociedad como la nuestra siempre que no nos paralicen y podamos hacer. Sin embargo, algunos piensan que la democracia está en deuda con la sociedad, quizá por las expectativas que generó o porque en el fondo es una permanente construcción, siempre imperfecta. En estos años, lo primero que aprendí es que la democracia no tiene una única versión y cada región, cada pueblo, debe definir las características y modalidades que le sean propias, respondiendo a su sistema de creencias, valores y cultura. No es lo mismo lo que entiende sobre democracia un francés, un sueco, un chino o un etíope. Se que son ejemplos extremos pero hace poco escuché a un funcionario chino hablar de "democracia a la China".

 Aceptado para nuestro país un paradigma occidental de democracia y definida ésta como un conjunto de reglas básicas consagradas a garantizar la participación libre de los ciudadanos en los asuntos públicos, se requieren profundos cambios si deseamos lograr el progreso inclusivo y la felicidad de la población. La democracia debería responder a la visión y la cultura de una nación en el marco de la globalización y debe garantizar la plena participación ciudadana con un control del poder vigoroso, creíble y confiable a través de las instituciones de la República. La construcción colectiva es fundamental para evitar los vaivenes de las políticas y los institutos de la democracia (por ejemplo, los partidos políticos o el Congreso) deberían facilitar ese proceso, pero ello solo no es suficiente. El espacio de participación debe ampliarse y redistribuirse a través de las nuevas plataformas de comunicación que integran medios, redes sociales y nuevos espacios. De modo tal que la democracia representativa pierde su sentido inicial y evoluciona hacia un sistema de deliberación y toma de decisiones basado en liderazgos múltiples, efímeros, circunstanciales, integrados en red, flexibles, pero al mismo tiempo eficaces y eficientes. La modernidad exige por lo menos la convivencia de múltiples formas de representatividad. La democracia debe facilitar la construcción de un Estado presente y de calidad. No puede haber progreso inclusivo y sustentable sin un estado a la altura de la circunstancias.

 Los tiempos que corren requieren de un estado que aprenda y se transforme, que facilite, que acompañe, que garantice la libertad plena de los individuos, al mismo tiempo que los incluya en un proceso colectivo. Es difícil sostener una democracia vigorosa y estimulante sin un estado fuerte, responsable y que dé cuenta de sus actos. El contrato que debería unir al Estado y la sociedad es el pacto fiscal a través del cual todos nos comprometemos a cumplir y hacer cumplir derechos y obligaciones. La democracia -sus espacios, sus institutos- debe permitir que la sociedad defina las reglas de juego del sistema económico y social, si es necesario también corregirlas y adaptarlas a los paradigmas globales. En estos tiempos estamos revisando la economía de mercado y el capitalismo, el rol de las instituciones, la calidad deseada del Estado, el funcionamiento del mercado, el rol de las empresas, el trabajo, etc.

 Las empresas y los empresarios debemos hacernos cargo y ser parte del proceso colectivo de fortalecimiento de la democracia. La agenda empresarial debe incluir al desarrollo sustentable como parte central de su estrategia; debemos revisar el rol de la empresa y su relación con el Estado y la sociedad civil; los empresarios deberíamos ser parte activa del liderazgo público, y colaborar con la transparencia de la financiación de la política. En síntesis, nuestro trabajo ya no es solo generar competitividad sino también bienes públicos, con los valores empresariales como parte de la solución a los problemas de la sociedad. El mercado, que finalmente es una construcción del Estado, debe constituirse en un instrumento que facilite el acceso a los factores de la producción y que genere simetría en la información entre los actores de la economía. El mercado, en ese sentido, debería estar a favor de los menos informados, de los menos incluidos, de los más pobres. La democracia debería lograr integrarnos, entre nosotros y con el mundo. Este último tema es muy cercano a las expectativas de un pueblo como el argentino, que tiene su origen en las inmigraciones y lo cosmopolita. En medio de la globalización hay que desarrollar renovadas formas de gobierno, mas locales y autónomas, y al mismo tiempo globales e interdependientes. Mientras tanto, el mundo se mueve con nuevas dinámicas, aparece una nueva forma de capitalismo que algunos -como la líder brasileña Marina Silva- gustan llamar "Sustentabilismo".

 Alguna de sus características son: un estado presente y al servicio de las personas, que estimula a los emprendedores y los trabajadores del conocimiento, que promueve y asegura la inclusión y la equidad, que crea servicios y bienes públicos de calidad; una sociedad activa, participativa, más ciudadana y solidaria, mas responsable; organizaciones de la sociedad civil diversas que integran a las personas; empresas más porosas, que se abren a la sociedad, la influyen positivamente y se dejan influir por ella. Luego de 30 años, estas tendencias que menciono -solo algunas de una agenda no excluyente- requieren de una democracia que se renueve y facilite los procesos, estimulando y ampliando el espectro con nuevas formas de participación, una democracia que no termina con la votación, sino que se renueva en cada una de ellas y entusiasma a una sociedad que debe comenzar a comprometerse con entusiasmo y esperanza.

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