domingo, 30 de marzo de 2014

El debate diabólico (Hoy el post lo hace el Dr. Juan F. Risso)


Tras haber leído la última página de las obras completas de Rómulo Gallegos, repuse el tomo II en el estante y me quedé pensando en la personalidad del llanero venezolano.
Hasta ese momento me había limitado a bailar “Alma Llanera” a bordo de la Motonave Donizzetti; la orquesta tenía alguna predilección por ese famoso tema musical venezolano. Quizá influyera la circunstancia de que, a esa altura de su itinerario, la Motonave Donizzetti bordeara tierras americanas, desde Panamá hasta Valparaíso. Como fuese, esa era mi única noticia de la idiosincrasia del llanero. Y no había noche en que no atacaran Alma Llanera.
Pero tras leer Doña Bárbara, o La Trepadora, decía, llegué a la conclusión de que el llanero venezolano y el gaucho de las pampas argentinas tuvieron demasiadas cosas en común: ambos fueron de a caballo, ambos trabajaron con hacienda cerril. El llanero se divertía “coleando”. Apareaba su caballo a un vacuno al galope, lo tomaba por la cola y, separándose sin soltar la cola del novillo, debía derribarlo. “¡Así se colea!”, gritaban los otros jinetes al ver caer el animal. Ya veremos luego otras analogías muy sugerentes. Pero antes les contaré algo menos pintoresco. Duro.
Hace ya unos años, un hombre –un amigo- apareció muerto. Baleado. Fueron dos arduos años de investigación para dar con el culpable, que estaba frente a nuestras narices. Dos años en los cuales el joven instructor Romero Jardín –hoy fiscal de Dorrego- se jugó la vida en la investigación. Finalmente, tres investigadores-estrella de la bonaerense mostraron un cierto número de inconsistencias, la investigación se fue redondeando y concluyó con la detención del culpable.
Se fijó fecha de debate, fiscal y abogados nos fuimos aprestando, armando y ofreciendo nuestras pruebas. Mi rol era el de abogado de la familia de la víctima.
La tensión de cada miembro de esa familia se palpaba en el aire. La autoría estaba clara. El asunto era la alevosía. Con alevosía era perpetua. Sin alevosía, tendríamos nuevamente al homicida entre nosotros en pocos años. Indigerible. Procuren imaginarlo.
Cierto día, en mi estudio, la esposa de la víctima –la viuda- me interrogó: “Escuchame Juancito, la prisión perpetua… no es perpetua ¿no?”.
Porque la buena señora –ama de casa- obviamente sabía lo que todos saben: que la prisión perpetua no es estrictamente perpetua. De modo que evaluamos los años que el acusado pasaría en un caso y otro, y la señora se mostró conforme. Todo lo conforme que podía estar, claro. Pero aún había que conseguir ese veredicto de perpetua.
Del otro lado estaba Duca, el penalista más destacado de la comarca. Aún recuerdo el alegato arrollador del fiscal Bianconi y nuestra exhibición de imágenes, que mostraban que la víctima había sido sorprendida, y había muerto casi sin enterarse. Es decir: alevosía. También recuerdo mi apretón de manos con Duca, al finalizar el debate, y antes del veredicto. Finalmente, logramos la perpetua.
Pero quiero terminar con llaneros y gauchos. Los llaneros también tienen improvisadores, que se acompañan con maracas. Y se plantean desafíos en verso. Tienen también la leyenda de un improvisador, cuya fama la ganó… sí, venciendo al mismísimo Diablo. Le ganó al nombrarle las tres Divinas Personas en un mismo verso.
Al parecer, la idea del desafío diabólico está en la mente de todos. También en Derecho se habla de “pruebas diabólicas”; aquellas que se exigen a sabiendas de que nadie podría satisfacerlas, tenga o no razón. Esa es la idea de lo diabólico.
Y bien: días pasados, en la puerta de un comercio, me abordó un jovencito acompañado por un mayor. Estaban junto a un cartel que decía “No a la reforma del Código Penal”, y me invitó a firmar una petición. Le dije que estaba de acuerdo con la reforma, pero el joven me malinterpretó, y entusiasmado me insistió: “Es que nosotros no queremos reformarlo”. Le aclaré mejor mi posición, momento en que el mayor que le acompañaba creyó oportuno intervenir.
Pero no se dirigió a mí con argumentos, sino con un liso y llano reproche hacia un mal ciudadano: “Claro, y que los chorros queden afuera”. Fingí no entender, y me repitió la frase, un poquitín desagradable y otro poquitín agresiva. Claro que ya había advertido que no firmaría, y tanto le daba.
Pensé un par de argumentos jurídicos, como si dijéramos que la perpetua no es perpetua desde hace larguísimos años años, ni aquí ni en ningún lado, por tomar lo más emblemático. Pero mi cerebro recibió el aviso de que no había ningún debate.
Entonces, descartando juristas famosos, invoqué el espíritu de Fidel Pintos. Ya le habrán conocido bien a Fidel Pintos. Y contesté como habría contestado él: “Mire, señor: la única prisión perpetua que se dictó en Tres Arroyos… la pedí yo”. Y me señalé el pecho. Fidel Pintos puro. Ensayó mi adversario una respuesta, siempre con un marcado antagonismo, pero nuevamente desprovista de argumentos. Y yo finalicé con una frase que a mí mismo me sonó antipática: “Mire: yo no soy un improvisado”. Pero no estuvo tan mal: le daba a entender que ellos sólo podían convencer a personas que no conocieran el tema, y que ese no era mi caso. El hombre levantó las cejas, sin ningún convencimiento, y allí finalizó todo.
Más tarde entré en el muro de Facebook de una persona que –me consta- no entiende absolutamente nada de esto, y tiene allí una manito con el pulgar hacia abajo, y una referencia a la reforma.
Allí entendí del todo la genialidad de la jugada de Massa. Es como si, en una pulpería, tuviese yo una guitarra, y frente a mí tuviese al mismísimo Diablo, guitarra en mano, sonriéndome. La payada que jamás podré ganar. Que está decidida.
Más político que abogado, temprano entendió Massa que la gente ni entiende, ni tiene por qué entender, ni –en último caso- quiere entender. Que la ecuación “chorros adentro-chorros afuera” bastaba y sobraba. Y que toda persona bien nacida, puestas así las cosas, se decidiría por “chorros adentro”. Y nosotros, quienes apoyamos la reforma, tenemos que explicar cosas que a nadie interesan. Es perfecto. Se duele Massa por la “abolición” de la perpetua, y pide un plebiscito que es específicamente inconstitucional. ¡Y le funciona!
En verdad, el Código tiene tantos malos arreglos y chapuzas que se asemeja ya al engendro del Dr. Frankenstein. Pero su racionalización –para bien o para mal- no determinará un cambio que el ciudadano vea. Pero ese no es el tema.
Si en el fútbol hay que hacer goles, en la Democracia hay que ganar elecciones. Mi antagonismo visceral hacia los proyectos y conductas de Massa (léase visitas a cierta embajada, por caso) no me llevan a estigmatizarlo por esto. Antes, lo felicito. En cuanto a mi discusión callejera, también prefiero, siempre, a las personas que participan, frente a los críticos y quejosos crónicos. Será esto, quizá, la peor parte de la Democracia, pero es Democracia.
El tema de fondo pasará por un tubo para la gente, y la reforma probablemente se haga. Participan juristas de los principales partidos. Pero Massa nos primereó “mal”, y cosechará los frutos en algún momento.
Aquel payador venezolano, dicen, pudo vencer al Diablo. Quizá el ambiente caribeño es propenso al optimismo, y así quisieron que fuese. Porque nuestro Santos Vega –según la leyenda- fue vencido por un tal Juan Sin Ropa, que no era otro que el Diablo, el único que podía vencerlo. Un final… realista para quien cree en Dios y en el Diablo.
Por lo demás, bien lo dijo Bertolt Brecht: “Si los de abajo no piensan bajezas no pueden subir”. Y Massa viene de abajo. Y el pobrecillo… quiere subir.


Juan Francisco Risso
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EN LU 24, hoy domingo, por la mañana;
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