sábado, 5 de septiembre de 2009

Diario de un subversivo

Por Garufa

Provengo de una familia, digamos, acomodada, terrateniente, poseedora de buenos campos. Me uní a esta organización por convicción, pues la misma nació en armas revelándose contra un gobierno tirano y opresor.

Luego de lograr el derrocamiento de ese régimen, nuevamente, el mismo, hace ya varios años, retomó el poder y volvió, como antes, a actuar desde la tiranía. Nuestro jefe político nos pidió que respetemos la convocatoria a elecciones, pero muchos fuimos los que pensamos que en realidad, y a pesar de las elecciones, nada iba a cambiar.

Me acerqué al galpón, mientras habría sus puertas de chapa la luz se filtraba en hilos por los agujeros de los clavos que ya no estaban, hasta que por la abertura principal fueron todos encandilados.

Con mis compañeros preparamos los vehículos y las armas, con discos de arado y planchas de fierro blindamos dos camiones y nos dirigimos hacia la inevitable lucha.
Me despedí de mis hijos casi como en un presagio.
Todos arriba de los camiones como en plena marcha, como si el tiempo de las armas se acabara. Todo muy urgente.

La policía nos encuentra, nos cruza, el enfrentamiento es inevitable. Disparos, todavía los oigo; pero pudimos eludirlos en nubes de tierra con esos ocho cilindros marchando a toda velocidad.

Cuando llegamos al caserío, en nuestro punto de reunión, de contacto con los otros compañeros, nos dicen que la revolución había fracasado, que ya todo lo habían arreglado. Me negué a creerlo y seguimos rumbo decididos a tomar el gobierno.

Apenas si me di cuenta que ya estábamos en la Plaza cuando siento en mi mano un fuerte dolor, justo luego de oír los primeros disparos, me habían dado. Me bajo rápido del estribo del camión, ya no podía sostenerme. Preparo mi fusil y me cubro detrás de un árbol.

Las calles estaban vacías, había varios hombres en techos y azoteas. En frente nuestro, las fuerzas de seguridad con sus uniformes cubiertos por alguna cornisa, tras alguna columna o en la torre de la Iglesia. Hacia allí dispara un compañero desde un techo aledaño de donde yo estaba, anulando los disparos que venían desde el campanario.

Casi ni tuve tiempo de evaluar si estábamos ganando o perdiendo, siento un fuerte golpe en mi hombro, como si me atropellara no sé que cosa; me aturdo, me veo sangre, miro hacia los costados, me cuesta respirar, oigo voces, balbuceos, gritos. Me aprietan fuerte la mano, siento que me alzan y me llevan corriendo ya no sé donde. Me estoy muriendo.

Sólo espero que el pueblo me recuerde. A mí y a todos los compañeros que hoy entreguen sus vidas por la revolución.

Relato basado en la crónica escrita por Claudio Negrete sobre la muerte de Juan Bautista Maciel, publicada en “Tiempo Argentino”, el 22 de enero de 1985.

2 comentarios:

Antonio (el Mayolero) dijo...

¡¡¡¡ Pero esto es de los tiempoe en que los radicales todavia no habian sido castrados !!!!
Es del 5 de abril de 1931 !!!! Despues murió Yrigoyen, y Alvear tomó la posta, y de alli al "antipersonalismo" a Ortiz,a la Union Democrática,al los comandos civiles, a Balbín, y finalmente a De la Rua, solo fue un suave camino en bajada....

Unknown dijo...

Ja, me has hecho reír antonio. Y buenísimo tu blog, ya lo agrgo en mi lista.

abrazo compañero.

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